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Mujeres anónimas, madres invisibles

Una extrabajadora del sanatorio de San Ramón desvela que a las embarazadas solteras no se les abría una historia clínica y que sus nombres no constaban en ningún registro del centro.

 

Dentro de unos días se celebrará el esperado juicio contra el doctor Eduardo Vela por el presunto robo de un bebé en 1969 en la clínica San Ramón de Madrid. El bebé en cuestión es Inés Madrigal, una mujer que lleva media vida buscando sus orígenes y que, me consta, ya ha perdido la esperanza de lograrlo.

Hace poco pude hablar con una mujer que trabajó en San Ramón en 1977, durante unos meses, haciendo una suplencia. Según me confirmó, algunas embarazadas que ingresaban en la clínica lo hacían anónimamente, no se les abría una historia clínica ni sus nombres figuraban en los libros-registro del centro. «¿Está segura?», le pregunté escandalizada a la exenfermera de San Ramón. «Completamente –me respondió–. Me extrañó mucho, pero una compañera veterana me dijo que era una decisión de la dirección».

«¿A qué clase de mujeres se les practicaba aquel extraño protocolo?» fue mi siguiente pregunta. La mujer, sin dudar, me contestó que a las que procedían de centros de acogida para madres solteras. Entonces, ¿todas las embarazadas solteras que acababan pariendo en la clínica San Ramón eran anónimas? A esta pregunta ya no me supo contestar. «Supongo que a las que ya tenían programado que se iban a quedar sin hijo», añadió.

–Ustedes, las enfermeras, ¿podían hablar con aquellas chicas?

–No, lo teníamos prohibido. A ellas las atendía una monja. Las tenían a esas chicas todo el día haciendo ganchillo en una habitación. El personal sanitario no teníamos roce con ellas.

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Inés Madrigal, en el Congreso de los Diputados. Foto: A. M. Pascual

Esta  información es muy valiosa y viene a corroborar lo que algunas de aquellas mujeres me contaron hace tiempo: las embarazadas solteras que no tuvieron más remedio que renunciar a sus bebés por las tremendas presiones familiares, sociales y administrativas de la época no recuerdan haber firmado ningún documento consintiendo la adopción de sus hijos. No era necesario. Como tampoco lo era, a tenor de la declaración de esta enfermera ya jubilada, el registro de estas mujeres en la clínica. Ni tan siquiera contaron con una historia clínica que recogiera los pormenores del parto ni los aspectos sobre la salud de la madre y del hijo. Nada. Ningún papel. Todo fue un absoluto y monstruoso anonimato a merced de los prebostes de la trama de los niños robados.

Todo fue un absoluto y monstruoso anonimato a merced de los prebostes de la trama de los niños robados

La siguiente reflexión es la más angustiosa, es el escalón que conduce al precipicio: en un colectivo tan vulnerable como el de las madres solteras durante la dictadura y después de ella, (hasta hace bien poco, por cierto), ¿cómo diferenciaban el doctor Vela, sor María y los otros personajes encargados de la asistencia social entre las solteras que accedieron de alguna manera a que sus bebés fueran adoptados y las que querían quedárselos? Si no existían documentos de renuncia, si no se las filiaba al ingresar en las clínicas, cualquiera de ellas era pasto de la arbitraria decisión de aquel colectivo que encabezaba la trama del tráfico de bebés.

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Es muy posible que la madre de Inés Madrigal fuera una de aquellas jóvenes conducida cual rebaño de ovejas negras a la clínica San Ramón. Es muy probable que su parto fuera adelantado, como le ocurrió a Sofía, la madre de la niña de la nevera, porque el doctor Vela tenía prisa por cerrar un trato. Es prácticamente seguro que su madre fue una de aquellas mujeres anónimas. Casi con seguridad podríamos decir que Inés es una niña robada porque incluso en el caso de que su madre accediera a darla en adopción seguro que lo hizo presionada por aquel sistema opresivo que no dejaba otra salida a las mujeres. Eso es un robo también. No lo olvidemos.

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